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Masthor fue un monarca imponente, un líder cuya visión de un reino fuerte lo llevó a cometer actos de crueldad sin remordimiento. En su afán por erradicar la debilidad, purgó a su propia gente, incendiando aldeas y aplastando ciudades que consideraba indignas de su reinado. Su autoridad se volvió absoluta, pero su reino se vació de súbditos y creció en enemigos. Cuando la rebelión finalmente estalló, no hubo ejércitos que lo defendieran. Derrotado, sus propios consejeros, traicionándolo en su hora final, decidieron que la muerte era un castigo insuficiente. En un ritual prohibido, lo condenaron a perder su humanidad, su voz y su razón. Masthor sintió su cuerpo deformarse, su piel endurecerse como la piedra y su sangre arder como magma. Su gran figura se dobló sobre sí misma, convirtiéndolo en una bestia colosal, sin identidad, sin voluntad, sin más destino que la ruina. La transformación fue demasiado para su cuerpo. Su piel se resquebrajó, su interior colapsó y sus huesos, ahora de roca, se partieron bajo su propio peso. Su último aliento fue un rugido ahogado antes de desplomarse, reduciéndose a un cadáver descomunal en medio de las ruinas de lo que alguna vez fue su dominio.
Especialidad en tipo de Esbirro: Bestias.
Rahnzet fue el más ferviente de los devotos, el cabecilla del Culto del Inmortal, aquel que dirigió legiones enteras en la incansable búsqueda de Valko a lo largo del mundo. Su voz era tanto un arma como una plegaria, incitando a sus seguidores con discursos inflamados, convenciéndolos de que dar la vida por su causa era un privilegio. Para Rahnzet, no existía verdad fuera de su fe, y ningún sacrificio era demasiado grande si con ello lograba acercarse al ser que veneraba. Pero la devoción desmedida suele traer consigo finales trágicos. Rahnzet, obsesionado con encontrar a Valko, desató una persecución insaciable que lo llevó a los rincones más oscuros de la Natura. Se dice que en su última cruzada, creyó recibir un mensaje divino, una revelación secreta sobre el paradero de su maestro. Susurros inhumanos lo guiaron a un templo olvidado, donde la línea entre la carne y la muerte se desdibujaba. Allí, entre muros de piedra carcomida y sombras que parecían respirar, Rahnzet encontró su destino. Lo que ocurrió dentro del templo es un enigma, pero cuando sus seguidores lo hallaron, lo que quedaba de él era una abominación irreconocible. Su piel se había fundido con las paredes, su carne retorcida en una amalgama de huesos y raíces como si la estructura misma lo hubiera devorado. Sus labios aún murmuraban oraciones ahogadas, su voz resonando en un eco nauseabundo que persistía incluso después de que su cuerpo se hubiera reducido a nada. Dicen que su espíritu jamás abandonó el templo. Los que se atreven a acercarse aseguran oír susurros enfermizos en la brisa, una voz gastada y traicionera que aún llama, aún predica, aún busca a su inmortal.
Especialidad en tipo de Esbirro: Zombies.
Nadie sabía con certeza de dónde había venido Krhoc Nadosanguíneo. Algunos decían que era un náufrago de una isla olvidada en el Mar de Osagos, otros que su linaje se remontaba a piratas que desaparecieron en la bruma. Lo único indiscutible era su poder: como líder del gremio de pescadores, acumuló una fortuna descomunal, convirtiéndose en el amo y señor del comercio marítimo. Pero detrás de su éxito se ocultaba un secreto sombrío. En tiempos de guerra, vendió pescado en mal estado a poblaciones enteras, debilitándolas desde dentro a cambio de oro manchado con intereses ocultos. Su traición no fue descubierta hasta que la enfermedad se extendió como una plaga y, cuando finalmente la verdad salió a la luz, su destino estaba sellado.
En su última entrega, una emboscada lo esperaba en la costa. Cincuenta hombres armados lo rodearon, pero Krhoc no cayó fácilmente. Empuñando su enorme hacha de carnicero, la misma con la que cercenaba cabezas de tiburones, luchó con una furia brutal. Cortó carne y acero por igual, su risa retumbando con cada golpe. Pero incluso una bestia de los mares tiene su límite. Herido de muerte, su sangre se mezcló con la del mar, y cuando su cuerpo finalmente cayó, las aguas se tiñeron de rojo hasta el horizonte. Dicen que, en las noches de tormenta, el mar aún guarda su furia. Los pescadores que navegan cerca de las islas perdidas aseguran que cuando el agua oscurece y las olas braman, pueden oír el eco de un hacha partiendo hueso… y una risa que jamás fue apagada del todo.
Especialidad en tipo de Esbirro: Caídos.
El verano trajo consigo una sequía implacable y, con ella, el peor temor de todo pastor: un incendio forestal. El fuego se propagó con furia, devorando los pastizales y cerrando todas las rutas de escape. Terreck, atrapado con su rebaño en un valle rodeado de llamas, sabía que si no actuaba, perdería a todos sus animales. Sin otra opción, corrió al frente, cubriéndose con pieles mojadas en el último arroyo disponible, y comenzó a golpear el suelo con su bastón, emitiendo un llamado que su ganado reconocía. Con la humareda cegándolo y el fuego lamiendo sus ropas, abrió paso a empujones y golpes de su bastón, forzando a las bestias a seguirlo por el único corredor donde las llamas aún no habían cerrado el paso. Cuando el humo se disipó, su pueblo encontró el rebaño intacto en tierras seguras. Terreck, en cambio, yacía en el suelo, con el bastón aún en su mano, cubierto de cenizas y con su piel marcada por el fuego. Su sacrificio quedó grabado en la memoria de su gente, y dicen que cuando la naturaleza se vuelve adversa, en tormentas, en noches heladas o en tiempos de hambruna, se escucha el eco de su bastón golpeando la tierra, como un recordatorio de que un verdadero pastor nunca abandona a los suyos.
Especialidad en tipo de Esbirro: Golems.
En su juventud, Zaratro buscó respuestas más allá de la vida cotidiana, alejándose de su pueblo para meditar bajo las raíces de un árbol ancestral. Desde el momento en que cerró los ojos, no volvió a moverse. Días, meses y años pasaron, y su cuerpo pareció olvidar el tiempo. Los lugareños murmuraban sobre su extraño destino: algunos decían que estaba en comunión con los espíritus del bosque, otros que su alma ya no le pertenecía. Con cada ciclo de las estaciones, la línea entre el hombre y el árbol se desdibujó. Su piel se endureció como la corteza, su aliento se mezcló con el susurro del follaje, y sus venas se volvieron savia. En las noches, sombras se reunían alrededor del tronco, ya fuera para protegerlo o para suplicarle en lenguas olvidadas. Pero cuando alguien intentó acercarse, descubrieron que Zaratro ya no estaba. No hubo señales de que hubiera abandonado el lugar. No dejó rastro, ni cuerpo, ni despedida. Solo quedó el árbol, con su silueta impresa en la madera como si hubiera sido absorbido. Se dice que Zaratro despertó… pero no en la Natura. Su meditación lo llevó directamente al Atrum, donde aún busca respuestas entre raíces que se hunden más allá de la realidad misma.
Especialidad en tipo de Esbirro: Zombies.
Sketh I de Pisia, conocido por todos simplemente como El Duque de Pisia, fue una figura que moldeó la geopolítica de su era. Sus campañas militares expandieron los límites de su región, su astucia política consolidó su poder y sus amoríos alimentaron incontables relatos. Su nombre se convirtió en sinónimo de grandeza y dominio, pero su final permanece en la penumbra. No hay crónicas de su caída, ni testigos de su último día. No fue asesinado en batalla, ni derrocado, ni visto en un lecho de muerte. Simplemente desapareció de la historia sin dejar rastro. Algunos susurran que fue traicionado por su propio consejo, otros que abandonó todo para sumergirse en un conocimiento prohibido. Pero su nombre resurgió en el Atrum, donde no es un duque, sino Sketh I Tronopisado, título que sugiere que su destino fue tan abrupto como desconocido. Nadie sabe qué lo llevó al reino de los muertos, solo que su legado aún pesa sobre el mundo que dejó atrás.
Especialidad en tipo de Esbirro: Esqueletos.
Desde los vastos llanos de Ivrairolles, Turganor emprendió su carrera más importante. Con la certeza de que las huestes de Tormeria marchaban sobre Ematelia, no dudó en lanzarse a la travesía. Sin caballo, sin escolta, solo con la urgencia de su misión, avanzó a través de campos y ríos, ignorando el agotamiento y el dolor. Cada paso era una batalla contra su propio cuerpo, cada aliento un grito de resistencia.Al llegar a Ematelia, su cuerpo estaba destrozado. Se impulsaba con sus manos, la cabeza ensangrentada, como si hubiese embestido el peligro en su camino. Con sus últimas fuerzas, pronunció su advertencia antes de desplomarse. No vivió para ver la caída de la ciudad, pero su sacrificio permitió que miles escaparan antes de que fuera demasiado tarde. Hoy su nombre es sinónimo de resistencia, y en los caminos de Matelia, hay quienes juran que, cuando el peligro acecha, se siente un impulso invisible en la espalda, como si una fuerza antigua empujara a los desesperados a seguir adelante.
Especialidad en tipo de Esbirro: Esqueletos.
En las tierras brumosas cercanas a las montañas de Cervustormenta, la familia de Ushangu reinaba en el silencio. Su linaje, antiguo y reservado, era leal a su rey, pero su presencia en la corte era casi inexistente. No necesitaban reconocimiento ni buscaban la gloria; su verdadero dominio se encontraba en las sombras de sus propias tierras, donde pocos se atrevían a aventurarse. Pero el nombre de Ushangu Jergaimpía cargaba con un peso inquietante. En los pueblos cercanos, se susurraban historias de viajeros que nunca regresaban, de aldeanos desaparecidos sin rastro. Nadie podía acusarlo directamente, pero su nombre aparecía siempre ligado a los rumores más oscuros. A lo largo de los años, las acusaciones de secuestro se multiplicaron, pero ninguna prosperó. Su poder y su influencia, aunque discretos, parecían bastar para que la justicia nunca llamara a su puerta. Algunos decían que su familia practicaba rituales prohibidos en los bosques de la montaña; otros, que sus tierras ocultaban secretos que nadie debía descubrir. Lo cierto es que un día, sin aviso ni rastro, Ushangu desapareció. Su mansión quedó abandonada, su familia se desvaneció y sus dominios fueron tragados por la maleza. Solo quedó el eco de su nombre, susurrado por quienes aún recuerdan las noches en que alguien llamaba a sus puertas… y nunca más volvía a ser visto.
Especialidad en tipo de Esbirro: Golems.
Golbinor ingresó al ejército de Puntallana con la esperanza de forjarse una vida próspera en un ducado rico y poderoso. Soñaba con honor y gloria, pero solo encontró humillación. Desde sus primeros días, fue relegado a las tareas más indignas, tratado como poco más que un sirviente de guerra. Barría los barracones, recogía los desperdicios de los caballos, era el blanco de burlas y castigos injustificados. Con el tiempo, sus manos se endurecieron, su resentimiento creció, y su fe en la institución se desmoronó. Justo cuando estaba a punto de rendirse, las criaturas del bosque lo encontraron. En un claro escondido entre los árboles, entabló un pacto con seres que la mayoría consideraría mitos. Lo que obtuvo de ellos no fue poder divino ni una fuerza sobrehumana, sino algo mucho más peligroso: una voluntad inquebrantable y una convicción que contagió a quienes lo rodeaban. Al regresar, sus compañeros, hartos como él de ser tratados como escoria, vieron en Golbinor un líder. Tomó el mando de su escuadrón y los guió fuera de las fronteras de Puntallana, no como desertores, sino como hombres libres. Lo que comenzó como una huida se convirtió en una guerra. Con el tiempo, su banda de renegados se transformó en una fuerza temida, los Bandidos de Golbinor, expertos en emboscadas y guerrillas que desgastaron las rutas comerciales del ducado. Su infamia creció tanto que cuando Ragadask, el Azotedeyermos, marchó sobre Puntallana, Golbinor y los suyos no solo no lo enfrentaron, sino que fueron el golpe final que desmoronó al Ducado. Lo que no pudo lograr en el ejército lo alcanzó en la anarquía: el nombre de Golbinor Encíaresina pasó de ser el de un soldado humillado al de un caudillo indomable que reescribió la historia de su patria con fuego y acero.
Especialidad en tipo de Esbirro: Zombies.
Desde niña, Emmalin recorrió el mundo de costa a costa, viajando con su familia de artesanos mientras comerciaban sus preciadas obras. Pasaba incontables horas en barcos y carretas, rodeada de rostros cambiantes y paisajes en movimiento. Para sobrellevar la monotonía, creó un amigo imaginario: un felino de pelaje morado y ojos verdosos, cuyas historias y formas fueron plasmadas en sus dibujos y artesanías. Pero su infancia errante terminó en una noche de caos. Los Bandidos de Golbinor emboscaron la caravana en un ataque brutal, saqueando y reduciendo a cenizas todo lo que alguna vez había sido su hogar. Emmalin habría corrido la misma suerte de su familia, pero algo imposible ocurrió: una presencia etérea emergió de las sombras, luchando con una ferocidad inexplicable en su defensa. Los bandidos, acostumbrados a enfrentarse a soldados y mercenarios, quedaron desconcertados por aquella fuerza invisible que los mantenía a raya. Golbinor vio en ella algo más que una simple víctima. Su salvación no fue casualidad, y nadie en la banda se atrevió a desafiar lo que fuera que la protegía. En lugar de eliminarla, la adoptaron, convirtiéndola en una de sus generales más astutas y respetadas. La niña de la caravana se convirtió en una bandida legendaria, siempre acompañada de una sombra felina que solo ella podía ver… o quizás, que nadie más se atrevía a mirar.
Especialidad en tipo de Esbirro: Caídos.
Desde su nacimiento, Stegho fue el heredero indiscutido del linaje de Ritomortuorio. Su madre, Maralya, lo moldeó con mano firme, enseñándole que la grandeza no se hereda, sino que se forja con fuerza y convicción. Para él, la gloria era un destino, no una elección. Pero en su camino hacia el poder, había un obstáculo que jamás pudo tolerar: su hermano, Gorlak. Stegho nunca dudó de su propia superioridad. Era el guerrero que lideraría su casa hacia la inmortalidad, el único digno de continuar la voluntad de su madre. Pero Gorlak, con su indisciplina y su desprecio por el linaje, era una amenaza que debía ser erradicada. Y así, la noche en que Maralya los reunió para lo que creían sería una ceremonia de consolidación familiar, Stegho lo desafió. Lo acusó de ser indigno, de ser la vergüenza del linaje. Gorlak respondió con violencia. El enfrentamiento fue inmediato, brutal, destructivo. Espadas chocaron, sangre se derramó, y el eco de su lucha retumbó en la sala de piedra. Ninguno de los dos se dio cuenta de que, en el centro del recinto, Maralya estaba de rodillas, invocando un poder que iba mucho más allá de su comprensión. Cuando la batalla entre hermanos alcanzó su clímax, las llamas verdes envolvieron todo. Stegho sintió su cuerpo desgarrarse, su alma arder en un fuego que no pertenecía a este mundo. Y cuando abrió los ojos, ya no estaba en la Natura.
Especialidad en tipo de Esbirro: Esqueletos.
Maralya no gobernaba con amor ni con compasión. Su legado era un pacto con el futuro, un sacrificio continuo en nombre de su linaje. Había visto cómo la muerte devoraba imperios, cómo el tiempo borraba los nombres de reyes y guerreros, y juró que su estirpe no sería olvidada. Su sangre trascendería la vida misma. La noche del ritual debía ser su victoria definitiva. Ofrecería su cuerpo en llamas verdes y aseguraría que sus hijos, sus mayores obras, heredaran su eternidad. Pero el destino es cruel con los visionarios. En el momento en que la energía del Atrum comenzaba a responder a su llamado, sus hijos hicieron lo impensable: desenvainaron las armas uno contra el otro. Su propia sangre, su propia carne, interrumpiendo la ascensión que les había destinado. Maralya los vio destrozarse entre sí, vio cómo la rabia de Stegho y la furia de Gorlak lo arruinaban todo. Pero el ritual ya había comenzado. El fuego no distinguía entre sacrificio voluntario y almas atrapadas. Cuando la luz consumió la sala, Maralya comprendió su error. No pudo elegir a un heredero, no pudo moldear el destino. Ella, Stegho y Gorlak fueron tragados por el Atrum al mismo tiempo, sus cuerpos desvanecidos en un remolino de llamas espectrales.
Especialidad en tipo de Esbirro: Zombies.
Gorlak nunca fue el elegido, nunca el favorito. Siempre a la sombra de Stegho, siempre el hijo que no encajaba en los planes de su madre. Mientras Stegho glorificaba su linaje, Gorlak lo despreciaba. No quería ser parte de un destino impuesto, no quería doblar la rodilla ante un futuro que no eligió. Cuando Maralya los reunió aquella noche, Gorlak ya sospechaba de sus intenciones. Sabía que su madre lo veía como un sacrificio, como una pieza descartable en el gran diseño de la eternidad. Y cuando su hermano lo desafió, no dudó en responder con acero.
El combate fue visceral, un estallido de rabia acumulada durante toda una vida. Pero ni siquiera Gorlak vio venir lo que sucedió después. El suelo se quebró, el aire se volvió fuego, y el mundo mismo pareció volverse contra ellos. En el último instante, su furia se convirtió en pánico, en un grito de rabia y miedo. Pero no hubo escapatoria. Despertó en el Atrum con el sabor del hierro en la boca y el eco de las llamas aún rugiendo en sus oídos. Su cuerpo ya no era el de un hombre, su esencia había sido deformada. Ahora, con cuernos de cabra y el alma de una bestia, solo una certeza lo acompañaba: jamás se sometería al destino que su madre intentó imponerle.
Especialidad en tipo de Esbirro: Bestias.
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